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lunes, 9 de abril de 2012

EL GRINGO


Era un 14 de junio, el mes más crudo del invierno, la niebla cubría ese par de islas olvidadas al sur del mundo. Las densas nubes se iluminaban por el fuego de los proyectiles… Y el viento helado cortaba sin piedad la parte expuesta de la piel.
Allí estaba Larry O’neill, el menor de seis hermanos comiendo lentamente un trozo de chocolate. Sentado en un improvisado banco hecho con unos cajones de manzana, con el fusil apostado entre sus piernas, mirando fijamente a ese maraña de hombres apiñados unos contra otros soportando el frío.
Él sabía que no corría peligro ante las atentas miradas de esos seres desnutridos. Se notaban que no tenían fuerzas, sólo para gritar de vez en cuando un “hijodeputa”, algo que de haber prestado atención en sus clases de spanish, sabría que significaba.
El viento helado incansable movía las chapas del galpón. Afuera algunos estruendos de balas lo transportaban diez años atrás, a las charlas en el pub de Belfast con sus amigos, las marchas contra los invasores protestantes. La nostalgia de los que se fueron el domingo en el barrio de Bogside, de la ciudad de Free Derry (Londonderry para el resto del mundo). Pero claro, otra era la situación, otro era el lado. Pagó caro ese pecado de juventud, ahora era un sargento del 2° Batallón.
Unos llantos lo devolvieron a su presente. El colorado se acercó a esas personas. Sacó de sus bolsillos más chocolates y caramelos y los repartió. —Gracias gringo— Dijo uno. O’neill sonrió con esa sonrisa de inmigrante que muchos conocían de sus pueblos. Y por unos minutos, los hombres comieron en paz.


Walter Arias©

1 comentario:

  1. MUY BUENO! Es genial intentar plantearse como se ven las cosas desde la vereda contraria

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