Todo terminará a las 6:00. Todos lo saben, pero
eso no los deja más tranquilos.
Son las 0:00 y el guardia de turno empieza su
recorrido. Hoy le toca al pelado Rodríguez. Un tipo tosco por fuera pero
cobarde por dentro. De esos que ocultan su miedo tras la careta del “no me
importa nada”.
Realmente no sé qué hago aquí, no soy un tipo de
mala calaña, solo cometí un error.
Rodríguez pasa por mi celda pero no me ve. Las
luces se apagaron, como siempre, a las 22 y su obligación es controlar que
todos estén dormidos pero, él está ocupado solo con cumplir el recorrido. Sabe,
como todos los que tienen un tiempo entre estas paredes, que todo terminará a
las 6:00.
Es la 1:00 de la mañana. A veces pienso que
escribo sólo por sentir que existo. Es la necesidad de ser después de tanto
anonimato. La necesidad de sentirme vivo.
En otro lugar, no muy cercano, no muy lejano, las
luces se encienden y comienzan a escucharse extraños ruidos. También puedo oír
la respiración de mis vecinos de celda. Todos acostados, ninguno dormido. De
pronto el silencio acompañado del frío. Alguna garganta que se convierte en
nudo. No los culpo. Todos sabemos que dan ganas de esconderse bajo la
apolillada frazada y repetir hasta el hartazgo que todo terminará a las 6:00.
Son las 2:00. El frío se hace visible y se cuela
entre las piedras de las paredes. Rodríguez prendió la tele y se hizo un café.
Algunos pensarán que es para pasar el tiempo, pero ese pensamiento dura hasta
que ven al cura avanzar por el pasillo hasta la celda 23 y entonces, el ruido
de la televisión no es suficiente para tapar la confesión. Todo terminará a las
6:00.
A eso de las 3:00, las luces vuelven a prenderse.
Una extraña figura oscura acompaña unos pasos atrás al pelado en su ronda. Todos
sabemos quien es, todos conocemos al Gran Verdugo. Rodríguez continúa su
marcha, la figura se detiene amenazante ante la celda 23. Lo sé porque estoy en
frente. Las luces se esfuman. Él sigue ahí. Todo terminará a las 6:00.
De 4:00 a 5:00 todo lo que se siente es un llanto
desgarrador. Muchos compañeros ya no soportan lo que se viene. La cárcel se
vuelve helada y la angustia del llanto te penetra en el pecho hasta desear
morir. Muchos compañeros se quitan la vida entre las 4:00 y las 5:00. Nadie los
descubrirá hasta las 9:00, cuando se haga el cambio de guardia y haya una nueva
ronda. Mañana sólo quedarán los sobrevivientes; aquellos que saben que todo
terminará a las 6:00.
Son las 5:00. La extraña figura ha desaparecido.
Una luz anaranjada se enciende en todo el recinto. Afuera el pelado Rodríguez
simula estar dormido. Adentro, un grupo de policías se para frente a la celda
23. Vienen a llevarse al hombre de cicatrices en el rostro.
Dicen, que las cicatrices son los rasguños de las
personas que mató. Veinte en total: seis mujeres, cuatro hombres y diez niños.
Se lo llevan a rastras, él grita maldiciones mirándonos a todos.
A las 5:45 las luces se vuelven intermitentes.
Luego, un apagón repentino y un olor a quemado. El hedor a carne chamuscada
rellena las fosas nasales de los que aún están vivos.
Los que han muerto, se agolpan en las celdas que
alguna vez ocuparon. Dicen, que la maldición continuará cada vez que se pierda
una vida.
Son las 6:00. Un poco más blanco que al ingreso,
el pelado Rodríguez se para para hacer la ronda. Los rayos del sol despuntan.
No sé qué prosigue.
Las paredes de la cárcel me succionan borrando mi
relato de a poco. Volveré cuando vuelva la noche, como cada noche. No debí
suicidarme. Debí esperar, sabiendo que todo terminaría a las 6:00.
Miriam Frontalini©
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