TALLER DE ESCRITURA CREATIVA CANTO RODADO


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viernes, 31 de agosto de 2012

EL ÚLTIMO ADIÓS

EL ÙLTIMO ADIÒS

            La atmòsfera del bar invitaba al regocijo por su calidez.  Esa luz tenue y la suave música envolvían a los comensales, brindando un estado de paz. Sonia y Alex,  sentados en un rincón frente a la ventana, reflejaban uno a otro la tristeza en sus rostros.  Era hora de decir adiós.

            Pasaron juntos muchos años; les parecía irreal que aquellos sueños que otrora compartieron se hubieran disipado.  Unos pocos se hicieron realidad.
Mientras Alex decía palabras vacuas, ella se sumergía en sus pensamientos preguntándose por què no se había percatado que el amor eterno era tan solo un mito.  ¿Pero còmo podía tanto cariño escabullirse como agua entre los dedos?
¿Deberìa sentir que había fracasado?  ¿O su historia sería experiencia y fortaleza para el futuro?
Habían tenido momentos de felicidad; con los años, la relación se tornò opaca. La lealtad entre ambos que siempre los distinguió, terminò ahogada en un mar de mentiras, sospechas, celos, reproches y excusas vagas.

            Ahì estaban, hablando entre susurros.  Ella trataba de controlar la angustia que le apretaba el pecho: no llorarìa.
Repentinamente, èl se levantò y se miraron a los ojos.   Acordaron una despedida civilizada pero aquel momento culminante los llenò de congoja.

            Sonia quedó sentada con la mirada vacìa mientras Alex salió del bar.
Caminò hacia la esquina donde una joven lo esperaba.  La abrazó enérgicamente.  Con una mirada cómplice, ambos comprendieron que ya podrían vivir su historia sin secretos ni mentiras.   
Una vieja etapa daba lugar a la nueva.

©Patricia Estela De Felice

lunes, 27 de agosto de 2012

NOVATO

Novato
Levanta la vista y queda atónita mirando el cañón de un revólver que la apunta directo al corazón.
-¡Dame todo la guita y hacelo rápido!
La mujer, una cincuentona algo menuda y dueña de un maxikiosco, tarda unos segundos en reaccionar pero aprieta el botón de la caja, manotea los billetes y los pone sobre el mostrador, no sea cosa que se ponga loquito.
El pibe no tiene más de quince años y su mano tiembla. La mujer-doña Leonor- se da cuenta que el mocoso es un novato y está muy nervioso. Puede pasar cualquier cosa, como por ejemplo: que le dispare. Abre la cartera y le da todo el efectivo, incluido el teléfono celular.
De pronto, se abre la puerta del local y entra Javier, el policía de la cuadra, totalmente distraído y hablando con el celular.
Doña Leonor evalúa la situación y no duda un segundo. En voz baja le indica al pibe que oculte el revólver porque entró un “cana”. Los ojos del aprendiz de chorro muestran pánico, y rápido le hace caso.
-¡Como te va Javiercito! ¿Mucho frío?
-Si doña, está muy fría la mañana.
-¿Algún problema por aquí?
-¡No! Andá tranquilo nomás.
La mujer lo mira al pibe, y con una seña le marca la puerta.
-Gra-gracias, doña.
La mujer traga saliva y rompe en llanto. Un día más de trabajo y riesgo, pero esta vez la suerte estuvo de su lado, un paso en falso, y quizás, la tragedia hubiera enlutado su familia.

©2012 Fernando Cianciola

jueves, 23 de agosto de 2012

EL GRAN CIRCO RODAS

El gran Circo Rodas

Parado firme y haciendo la fila en la terminal, el niño espera feliz el colectivo que lo llevará hasta Córdoba. Tiene en la mano el colorido panfleto que le dieron en la calle.
¡ENTRADA GRATIS! para menores ¡ÚLTIMA FUNCIÓN!
“¿Habrá trapecistas?” Se pregunta “¿Y leones?”
Lleva la cara muy sonriente y bien lavada, el rebelde pelo achatado y una campera atada al cuello “Igual, seguro vuelvo con los cachetes ardiendo de tanto reírme de con payasos”. Intentará viajar en el primer asiento, donde le dé el solcito caliente, sin hablar con nadie y aprovechando para aprenderse el camino, “por las dudas”.
No le importa que su hermana no quisiera acompañarlo, él ya tiene ocho años y se siente lo bastante grande, tanto para hacer (por unas monedas) malabares en las esquinas, como para ir solo a la ciudad.
Cuando el polvoriento vehículo llega, le parece enorme. A su turno extiende el papel y tarda un buen rato en entender que, la entrada al circo, no cubre el pasaje.
Mientras el autobús se aleja, el niño, con la ilusión extendida entre las manos, se queda intercalando miradas entre uno y el otro.

© José Luis Beltramino.

miércoles, 22 de agosto de 2012

RESILIENCIA

Resiliencia

Me gustaría escribir que cuando se fueron Dylan dio un portazo, pero esa casa no tenía puertas…
Era Agosto. Brenda tenía la nariz roja y los dedos entumecidos por el frío.
-¡Dale, metele pata!- Le gritó desde el carro.
Su hermano buscaba en el basural mientras le rechinaban los dientes.
Rápidamente, metió algo entre el diario y el buzo, luego corrió a tomar las riendas de la potranca. -Más vale que el pá no haiga llegado, sino-
Llegaron para apurar un yerbiado antes de que su padre entrara, con la misma nariz colorada que Brenda, pero por el vino.
Tomó a la nena por el brazo y sin importarle sus ocho años empezó a lamerle la cara. La mamá se la sacó de las manos y todo fue como siempre. Un  par de golpes y la tiró al colchón en el suelo. En una covacha de cinco por cinco no había dónde esconderse y todos éramos testigos. La violó y quedó tendido. 
Dylan esperó los ronquidos. Miró a su mamá llorar en silencio. Sacó lo que había traído del basurero y lo puso entre las manos de la mujer. Un peluche algo sucio, con los mismos ojos tiernos que la miraban. Se había cansado de sentir miedo.
-Te amo- Le susurró mientras escapaba con su hermana.
Se perdieron en la noche buscando otras realidades. Nadie los volvió a ver, tampoco los buscaron.
Me gustaría escribir que cuando se fueron Dylan dio un portazo, pero esa casa no tenía puertas.

(c) Miriam Frontalini