ALLEN
12 de agosto de 1980 Fragmento del diario del capitán Ernest Kohl.
[…] Dicen que el capitán se hunde con su barco: ¡qué equivocados están los
que piensan así! Si el barco se hunde es porque no hay capitán, así de simple.
¿Por qué continúo escribiendo en estas condiciones? Por la misma razón que
cualquiera que no tuviese esperanza se aferraría a lo que más ama; en mi caso
es escribir. Afuera, Allen no se calma, continúa furioso y no merma su
ira. La tripulación me sigue respetando; en otro barco ya se hubieran
amotinado. Take these chains from my heart, se alcanza a escuchar con
cierta interferencia la voz de Ray Charles a través de mi vieja radio.
La tripulación sigue trabajando duro, todos se encuentran en sus puestos
aunque sepan que van a morir. Por tal razón los contraté; porque desde el
primer día que se alistaron, vi en ellos la mirada del auténtico lobo de mar,
la mirada de marineros suicidas que en cada atraco buscan sirenas en los bares
como si fuera la última vez que tocan tierra. Así se vive la vida en la mar. Es
por eso que debo de protegerlos y procurar que hasta el último minuto el barco
y todos sus habitantes den todo de sí; de lo contrario desde que dieron parte
de la tormenta, ya los hubiese dejado a su suerte.
Como marinero, no le temo a la muerte mas sí al mar. A excepción de la
imposibilidad de reconstruir escenarios ficticios a voluntad y a la incapacidad
de evocar momentos perfectos, para así, a través de ese miedo decidir ser
marinero y desafiar a la muerte y mostrarle que en éste mísero mundo aún queda
un mísero humano con algo de voluntad. Miserable vida. Miserable vida… Y maravilloso
destino de una realidad inventada en las que mis gritos llegan desde Neptuno
hasta mis tendones. Y ahora interrumpe el concierto de Ray, I know that you
know con ‘King’ Cole. ¡Qué absurdo! ¡Qué absurdo! Y lo digo dos veces
porque entre la primera y la segunda afirmación hay mucha diferencia, y
seguramente habrá un abismo de diferencias si lo llego a afirmar una vez más:
sería entonces gramaticalmente correcto al tiempo que soy semánticamente
imperfecto.
Así es cómo guío el timón de mi barco – y por qué no el de mi vida – y
aunque ellos lo saben, no hacen nada para evitarlo. Eso es lo terrible de todo
el asunto, que lo saben y no hacen nada y se están rindiendo. Que lo esté
afirmando y no lo contrario, es decir que estoy enfermizamente lúcido, que mi
cuerpo ha sido invadido por una lucidez decadente que pugna por levantarse cada
vez que se encuentra sometida por un instinto – de supervivencia – ¿deberé
entonces ser anuente con mis instintos, ser consecuente con mis acciones y
dejar que ellos dominen mi existencia sin tener que preocuparme por un nuevo
problema? He aquí en cuestión la ironía de mi enfermedad: continuar enfermo y
pútrido por dentro mientras veo cómo el barco se hunde sin un capitán y
enciendo mi pipa a la vez que el mar acaricia la punta de mis pies.
Hugo Alejandro Giraldo Mejía©
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