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lunes, 9 de abril de 2012

ALLEN


ALLEN

12 de agosto de 1980 Fragmento del diario del capitán Ernest Kohl.

[…] Dicen que el capitán se hunde con su barco: ¡qué equivocados están los que piensan así! Si el barco se hunde es porque no hay capitán, así de simple. ¿Por qué continúo escribiendo en estas condiciones? Por la misma razón que cualquiera que no tuviese esperanza se aferraría a lo que más ama; en mi caso es escribir. Afuera, Allen no se calma, continúa furioso y no merma su ira. La tripulación me sigue respetando; en otro barco ya se hubieran amotinado. Take these chains from my heart, se alcanza a escuchar con cierta interferencia la voz de Ray Charles a través de mi vieja radio.

La tripulación sigue trabajando duro, todos se encuentran en sus puestos aunque sepan que van a morir. Por tal razón los contraté; porque desde el primer día que se alistaron, vi en ellos la mirada del auténtico lobo de mar, la mirada de marineros suicidas que en cada atraco buscan sirenas en los bares como si fuera la última vez que tocan tierra. Así se vive la vida en la mar. Es por eso que debo de protegerlos y procurar que hasta el último minuto el barco y todos sus habitantes den todo de sí; de lo contrario desde que dieron parte de la tormenta, ya los hubiese dejado a su suerte.
Como marinero, no le temo a la muerte mas sí al mar. A excepción de la imposibilidad de reconstruir escenarios ficticios a voluntad y a la incapacidad de evocar momentos perfectos, para así, a través de ese miedo decidir ser marinero y desafiar a la muerte y mostrarle que en éste mísero mundo aún queda un mísero humano con algo de voluntad. Miserable vida. Miserable vida… Y maravilloso destino de una realidad inventada en las que mis gritos llegan desde Neptuno hasta mis tendones. Y ahora interrumpe el concierto de Ray, I know that you know con ‘King’ Cole. ¡Qué absurdo! ¡Qué absurdo! Y lo digo dos veces porque entre la primera y la segunda afirmación hay mucha diferencia, y seguramente habrá un abismo de diferencias si lo llego a afirmar una vez más: sería entonces gramaticalmente correcto al tiempo que soy semánticamente imperfecto.

Así es cómo guío el timón de mi barco – y por qué no el de mi vida – y aunque ellos lo saben, no hacen nada para evitarlo. Eso es lo terrible de todo el asunto, que lo saben y no hacen nada y se están rindiendo. Que lo esté afirmando y no lo contrario, es decir que estoy enfermizamente lúcido, que mi cuerpo ha sido invadido por una lucidez decadente que pugna por levantarse cada vez que se encuentra sometida por un instinto – de supervivencia – ¿deberé entonces ser anuente con mis instintos, ser consecuente con mis acciones y dejar que ellos dominen mi existencia sin tener que preocuparme por un nuevo problema? He aquí en cuestión la ironía de mi enfermedad: continuar enfermo y pútrido por dentro mientras veo cómo el barco se hunde sin un capitán y enciendo mi pipa a la vez que el mar acaricia la punta de mis pies.

Hugo Alejandro Giraldo Mejía©

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