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domingo, 20 de mayo de 2012

IR...


IR…
Todo está permaneciendo, como si nada cambiase de lugar. El dedo índice - los demás caídos- apoyado en el levantavidrios, al descuido. Permanece.
Al descuido apoyada la mirada afuera, en el cielo, en el horizonte, lejano y quieto. Apoyada, sólo apoyada. Perdida.
El cuerpo está tibio, sin frío, sin calor. Los pies estirados, la espalda reclinada, un poco reclinada.
La música, que sonó tantas veces, sólo suena. ¿Suena? De tanto sonar ya es como la respiración: Inconscientemente necesaria.
Todo está permaneciendo y es una elección. Permanece, sin más necesidad, sin buscar cambios en la enorme comodidad de la calma. Todo permanece y podría no ser una elección. Elegir modificar, ni mejor ni peor, modificar.
El dedo. Una leve presión. Sin mediar segundo, respirar profundo, bocanada de aire feroz de la ruta. Ahogo o respirar profundo: Respirar profundo. Tomarlo, cambio intenso del aire en los pulmones.
La mirada, apoyada, inerte. Aire profundo y parpadeo. Tambalea la mirada. Un poste, dos, tres, la ruta. Los postes. La mirada gira despacio, campo oscuro, vacio, marrón, se aleja. La mirada pasea. Campo verde, verde claro eterno, hasta el rojo final.
Solitario el árbol, con un poco de otoño que se le ha metido. La mirada pasea. El auto negro aparece al costado para que la mirada lo atrape, lo persiga. La mirada lo sigue, lo sigue, se aleja, lo pierde.
Estirar los pies, mirar a los costados, respirar profundo y ver. Respirar profundo,  suena esa canción. Esa canción.

©Doris Barjacoba

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