SOBREVIVIENDO
El
invierno se le había instalado, cómodamente, como un invitado indeseado, pero
que no tenía forma de desalojar. Lavaba los platos de la cena con el alma llena
de impotencia; ya no quedaba nada de que privarse y a pesar de las discusiones,
ella sabía que los dos hacían lo que podían, pero el dinero no alcanzaba.
Se sacó la ropa, casi sin registrar la mirada de él. El primer
contacto gélido con las sábanas la estremeció. Su espalda hacía evidente su enojo, “cuando la miseria entra por la puerta, el amor escapa por la ventana”,
decían las viejas, pero ¿era realmente así? Tragándose la bronca y el orgullo, tímidamente acercó una mano y dibujó una caricia casi imperceptible en su cabello. Cuando las miradas se cruzaron, la conexión fue inmediata, respondiendo a la memoria de los cuerpos o a al instinto que ha conservado la especie. Fue haciéndose amiga de su piel, de su olor. Los labios se buscaron de a poco, saborearon primero el aliento agitado del otro, haciéndolo propio, al ritmo de los latidos acelerados, bloquearon en sus mentes cualquier pensamiento
que no fuera el de fundir sus bocas. La explosión de endorfinas borró el escenario, no hubo pintura descascarada y hasta las canas y las arrugas que
habían tomado por asalto sus cabellos y sus rostros, desaparecieron. Volvieron a ser aquellos; su Julieta y su Príncipe fuerte e intrépido que la protegía.
Se abrazaron y entonces, antes de cerrar los ojos pensó-Mañana será otro día-
©Andrea
Fernández
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